Los primeros días del lockdown debido a la epidemia del virus Covid-19 – lock down ordenado por el gobierno siguiendo las indicaciones de los organismos de Sanidad pública se pasaron en casa, acostumbrándose a la nueva idea de estar en ella encerrado 25 horas diarias.
Entre otras cosas, notable eran las nuevas maneras de ir de compras – sobre todo para los mayores – la que fue asentándose poco a poco en la gran mayoría de los veteranos de este país.
De 07.00 a 08.00 am al supermercado, caminando como sonámbulos con nuestras mascarillas azules, ojos enrojecidos de tanto dormir y mirar series horrorosas y de apretar el control remoto, nos encontrábamos buscando pan – marca X+1 y no otra cosa viejito taradito mío- y otros menesteres.
La mayoría de los veteranos como yo, no teníamos ni idea donde estaba el arroz tal y cual que contaba con la confianza absoluta de tú media naranja. Si que a caminar en fila respetando el metro de distancia tratando de distinguir a través de gafitas , cataratas y visión menos clara, el arroz que nos mantendrían en vida unas 24 horas más por lo menos.
Para pagar con las tarjetas de marras era un primor hasta que te sacabas la lotería y había que insertar el código PIN. Los vejetes haciendo maravillas para acordarse del número de cuatro cifras dificilísimas y el resto esperando en la fila haciendo memoria porsiaca.
Las tareas nimias de la casa se convirtieron en un plan semanal y eran unas sesiones memorables por lo intricado que es planear limpieza con un momento de café con leche y su galletita . Para no hablar de cocinar tal y cual cosa con el debido tiempo para compaginar con las series o las películas de tus canales favoritos.
La aspiradora se pasaba a media mañana, por cualquier motivo otra vez a eso de las tres, y entre mensajes del WhatsApp y otras porquerías por el estilo se iba el día poco a poco. Al final de esos meses de disciplina y ya acostumbrados al silencio en las calles, en los barrios y nuestros pasajes de los pueblos fuera de las grandes cuidades aquí en Holanda, nos resignamos a sacar paciencia de lo más intrincado de nuestros sesos.
Ayudaba pensar en el dicho aquel:
¿No hay tiempo que no se pase ni niña ligera de cascos que no se case?
Llegó el momento en que ya se abrieron las puertas de nuestros hogares, en la que los niños ya pudieron ir a la escuela, los veteranos a pasear sus mascotas (no solo las prestadas) o solo dar una vuelta con harta soltura por sus calles y puentes de su alrededor.
Un alivio para los habitantes en que ya el recuerdo de la epidemia y las pérdidas de familiares, amigos y tantos otros desconocidos se estaba ya terminando y aparcados en un lugar de tu mente en un archivo incognito donde entre otros se guardan los malos ratos, desgracias, acreedores y otros infortunios similares.
Como tantos, a la primera aparición de un día asoleado, salí caminando sin rumbo cuando escuché la campanilla del colegio de párvulos e inmediatamente el bullicio de los niños gritando, jugando, corriendo y saliendo al recreo matinal.
Una cacofonía que me despertó de nuevo a la vida. Con una gran emoción y sonrisa mi mente recibió la información, la saboreo y la guardó en el archivo de Momentos inolvidables.
¡Una Felicidad! JCarras, Dic 2022